jueves, 20 de septiembre de 2007


MI VIDA
Friedrich Nietzsche


¿Cómo esbozamos un retrato de la vida y el carácter de una persona que hemos conocido? En general, exactamente igual que como se esboza el de una región que hemos visitado alguna vez. Tenemos que representarnos sus particularidades fisonómicas: la naturaleza y forma de sus montes, la fauna y la flora, el azul del cielo; todo esto, en su conjunto, determina nuestra impresión. Pero, precisamente aquello que primero salta a la vista, la masa de las montañas, la forma de los roquedales, no proporciona en sí mismo el carácter fisonómico propio de una región: en distintas extensiones de tierra, como grupos que se atraen y se repelen, surgen según leyes idénticas idénticos tipos de montes, las mismas configuraciones de la naturaleza inorgánica. Algo distinto ocurre con la naturaleza orgánica. Sobre todo en el reino vegetal se encuentran los rasgos más sutiles para un estudio comparativo de la naturaleza.
Algo parecido sucede cuando queremos contemplar una vida humana y valorarla con justicia.
No debemos dejarnos guiar por los acontecimientos ocasionales, los dones de la fortuna, los giros caprichosos del destino, pues sólo son el resultado de la coincidencia de circunstancias externas que, similares a las cimas de las montañas, son las primeras que saltan a la vista. En cambio, precisamente aquellas experiencias mínimas, aquellos acontecimientos interiores a los que no damos importancia, son los que con más claridad muestran la totalidad del carácter de un individuo, pues se desarrollan orgánicamente según la naturaleza humana, mientras que los otros no le pertenecen, sólo están unidos con él de forma inorgánica.
Después de esta introducción parecerá como si yo deseara escribir un libro sobre mi vida. De ningún modo. Solamente quiero señalar cómo comprendo los acontecimientos vividos que narraré a continuación. Esto es, tal y como lo haría un apasionado naturalista que reconoce en sus colecciones de plantas y minerales, clasificadas según los distintos terrenos, la historia y el carácter de las que examina; en contraposición al niño ignorante que sólo ve en ellas piedras y plantas para jugar y divertirse y del utilitarista que las contempla orgullosamente con desprecio, ya que las considera inútiles al no servir ni para alimento ni para vestido.
Como planta, nací cerca del camposanto; como hombre, en la casa de un párroco de aldea.
¿Y a santo de qué ese tono tan profesoral? Puede ser, pero, en todo caso, no deseo excusarlo. ¿Qué más puede hacer una introducción para mejorar la vida que instruir, si la vida misma no instruye? Y estas noticias escuetas de mi vida ni podrán instruir ni entretener; son como piedras lisas; pero, en realidad, esas piedras son hermosas, con su coraza de musgo y tierra.
Al lado de la carretera comarcal que va desde Weißenfels hasta Leipzig y que pasa por Lützen, se halla la villa de Röcken. Se encuentra rodeada de sauces, álamos y olmos aislados, de modo que desde lejos sólo se ven sobresalir las elevadas chimeneas de piedra y el antiquísimo campanario sobre las verdes cimas. En el interior del pueblo hay anchos estanques separados unos de otros por estrechas franjas de tierra. En torno a ellos, verde frescor y nudosos sauces. Algo más arriba se encuentra la casa parroquial y la iglesia; la primera está rodeada de jardines y de prados arbolados.
Muy cerca se halla el cementerio, repleto de lápidas semienterradas y de cruces. Tres acacias majestuosas de amplias ramas dan sombra a la propia casa parroquial.
Aquí nací el 15 de octubre de 1844 y, a causa del día de mi nacimiento, se me bautizó con el nombre de «Friedrich Wilhelm». El primer acontecimiento que me conmocionó cuando aún estaba formándose mi conciencia fue la enfermedad de mi padre. Era un reblandecimiento cerebral. La intensidad de los dolores que sufría mi padre, la ceguera que le sobrevino, su figura macilenta, las lágrimas de mi madre, el aire preocupado del médico y, finalmente, los incautos comentarios de los lugareños debieron de advertirme de la inminencia de la desgracia que nos amenazaba. Y esa desgracia vino: mi padre murió. Yo aún no había cumplido cuatro años.
Algunos meses después, perdí a mi único hermano, un niño vivaz e inteligente que, presa de un ataque repentino de convulsiones, murió en unos instantes.
Así pues, tuvimos que abandonar nuestra tierra; al atardecer del último día jugué aún con muchos niños y me despedí de ellos, al igual que de todos mis lugares queridos. No pude dormir; nervioso y malhumorado daba vueltas en mi lecho hasta que, finalmente, me levanté. En el patio se cargaban varios carros; la tenue luz de una linterna iluminaba la escena. En cuanto amaneció se engancharon los caballos; partimos en medio de la bruma matinal hacia Naumburg, la meta de nuestro viaje. Aquí, al principio con timidez, luego algo más espabilado, pero siempre con la dignidad de un pequeño filisteo envarado, comencé a conocer la vida y los libros. En Naumburg aprendí también a amar la naturaleza representada en sus hermosos bosques, valles, castillos y fortalezas y a querer a los seres humanos en la persona de mis parientes y amigos.
Comenzó también la época del gimnasio y, con ella, los nuevos intereses y las nuevas inquietudes. Sobre todo fue entonces cuando germinó mi inclinación por la música, a pesar de que el comienzo de las clases casi contribuyó a erradicarla en sus raíces. Mi primer maestro fue un maestro de capilla, con todos los encomiables defectos de un maestro de capilla y, además, de uno jubilado, sin ningún mérito especial.
Finalmente, y con la debida lentitud de rigor, llegué a tercero. Ya era tiempo de salir del círculo materno, de desacostumbrarse por fin a esa rutina que es tan nefasta para la vida práctica. Poseía en mí la ciencia de algunas enciclopedias, todas mis posibles inclinaciones se habían despertado ya, escribía poemas y dramas horripilantes y mortalmente aburridos, me martirizaba con la composición de música sinfónica y se me había metido en la cabeza la idea de adquirir un saber y un poder universales, tanto que me hallaba en peligro de convertirme en un completo cabeza de chorlito y en un visionario.

Por eso me vino muy bien, desde todos los puntos de vista, en calidad de alumno interno de la escuela provincial de Pforta, dedicarme durante seis años a concentrar mis fuerzas y dirigirlas hacia metas muy concretas.
Todavía no he dejado atrás esos seis años; sin embargo, puedo considerar ya maduros los frutos de este período, pues siento sus efectos en todo lo que actualmente emprendo.
Así pues, puedo mirar con agrado casi todo lo que me ha ocurrido, ya sean alegrías o penas; los acontecimientos me han conducido hasta ahora como a un niño.
Ya va siendo hora, tal vez, de tomar yo mismo las riendas de los acontecimientos y entrar de lleno en la vida.
Y de este modo el hombre se libera de todo aquello que lo encadena; no necesita dinamitar las rocas, sino que, inesperadamente, éstas caen por sí solas cuando un dios se lo ordena. Y ¿dónde está el grillete que al final aún le aprisiona? ¿Es el mundo? ¿Es Dios?
F.W. NietzscheEscrito el 18 de septiembre de 1863


Nietzsche, FriedrichNacionalidad: AlemaniaRöcken 1844 - 1900
Hijo de un pastor protestante, a los cuatro años quedó huérfano de padre, falleciendo poco más tarde su hermano. Se formó en filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, orientándose al estudio de la teología y la filosofía. Participó en la guerra franco-prusiana (1870-71), en el cuerpo de sanidad. Hubo de abandonar el servicio militar tras caer de un caballo. Fue profesor de lengua y literatura griegas en la Universidad de Basilea, donde conocerá a
Richard Wagner. Ambos entablarán una relación de amistad que, con el paso del tiempo, quedará rota (1869). Sin embargo, la música del primero influirá poderosamente en Nietzsche. En 1878 hubo de abandonar la docencia por enfermedad. Una modesta pensión le permitirá viajar por Suiza, Italia y Túnez. En Roma conocerá a Lou André-Salomé, a la que pedirá en matrimonio. Sin embargo, el rechazo de ésta supone para Nietzsche una fuerte depresión. En Turín, en 1889, le atacará la locura, producida por una parálisis cerebral atribuida bien a una antigua sífilis, bien a caracteres genéticos. Fue internado en un sanatorio en Basilea, donde recibió los cuidados de su madre y su hermana. La enfermedad ya no le abandonará hasta su muerte, que se producirá en Weimar, en 1900. La lectura durante su estancia en Leipzig de "El mundo como voluntad y representación", de Schopenhauer, influyó grandemente en su pensamiento. Poseedor de un gran talento literario, huyo de la exposición sistemática de sus ideas, recurriendo a una prosa revestida de gran expresividad poética. Su idea central es la afirmación de la voluntad como motor de la vida humana frente a la tiranía impuesta por la razón. Es por ello un autor vitalista, intuitivo, emocional, pues supone que los esquemas y sistemas que la razón impone no son sino rígidos corsés que impiden el libre desenvolvimiento de lo humano. A diferencia de Schopenhauer, la voluntad "nietzscheana" se reviste de optimismo. La razón, que en sus primeras obras identifica con el "espíritu apolíneo", se opone a la voluntad humana, que Nietzsche define como "espíritu dionisíaco", esto es, libre, vitalista, hedonista, irreflexivo. Fue también capaz de elaborar una de las primeras críticas a la moral burguesa, heredera de la filosofía griega -en especial Platón-, el cristianismo y la Ilustración. Despreciaba la escala de valores que la burguesía proponía, que considera fruto del resentimiento y la debilidad. Su tesis es que, al proponer como valores la humildad, la utilidad o la benevolencia, la moral burguesa es propia de espíritus débiles y apocados, no de hombres libres, "señores". En estos hombres libres está la posibilidad de llegar a ser lo que Nietzsche define como "superhombres", cuyo ámbito de actuación no está sujeto a restricciones y se halla, por ello, más allá del bien y del mal. En este momento, el "superhombre" es un espíritu vitalista, liberado, y puede mostrar la que es la principal de sus características: la fortaleza, la potencia, la voluntad de dominación. La influencia del evolucionismo de Darwin se halla presente en el pensamiento de Nietzsche, si bien con grandes matizaciones. El estadio superior de desarrollo humano corresponde al "superhombre", con lo que contempla la historia como un proceso de perfeccionamiento y mejora, en el que el hombre, tras superar etapas anteriores caracterizadas por la debilidad y el acomplejamiento, es capaz de imponer su voluntad de poder y dominio sobre todo lo que le rodea. Esta doble capacidad humana, de destrucción de las antiguas y obsoletas restricciones, y de creación a partir de su propia voluntad, es lo que le asimila a la divinidad, a Dios. Precisamente el hombre comprende ahora que Dios no fue sino un instrumento de su propia creación, una herramienta útil tan sólo en etapas anteriores de debilidad y minusvalía. Al tomar conciencia de su propio poder, el "superhombre" destruye a un Dios que ya no necesita y pasa a ocupar su lugar: "Dios ha muerto", dirá Nietzsche. Sin embargo, desprecia la linealidad de la concepción tradicional de la historia e introduce un nuevo elemento: la circularidad. Con ello, la historia se asimila a una noria que gira constantemente y en la que los acontecimientos se repiten sin cesar, en un "eterno retorno" causado por la finitud del universo y el número limitado de los elementos que lo componen. Las obras de Nietzsche reflejan la evolución de su propio pensamiento. Así, en la primera etapa, marcada por la aportación de la dicotomía apolíneo/dionisíaco, realiza un análisis de la filosofía griega, que corresponde la escritura de "El origen de la tragedia" (1872) y "Consideraciones extemporáneas" (1873-76). Es en estas obras donde muestra su crítica al imperio de la razón sobre la voluntad humana, impuesto primero por los griegos y continuado por el cristianismo. La publicación de "Humano, demasiado humano" (1878), "Aurora" (1881) y "La gaya ciencia" (1882) marcan una segunda etapa en su pensamiento, en la que Nietzsche profundiza en su ateísmo. Sin embargo, realiza ciertas concesiones a la razón, al homenajear a la figura de Voltaire en la primera parte de "Humano, demasiado humano". Tras ello, en "Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales", inicia su feroz ataque sobre la moral tradicional cristiana, representada en ese momento por la burguesía. Nietzsche dirá: "La humanidad no marcha por el camino recto porque ha sido gobernada por los fracasados, los astutos vengativos, los llamados "santos", esos calumniadores del mundo y violadores del hombre". A finales de la década de los ochenta inicia un período de fecunda actividad. Es ahora cuando publica "Así habló Zaratustra" (1883-85), "Más allá del bien y del mal, preludio de una filosofía del futuro" (1886), "La genealogía de la moral" (1887), y las editadas póstumamente: "Ecce homo", "El Anticristo, maldición contra el cristianismo", "Ditirambos de Dionisio", "El caso Wagner, un problema para amantes de la música", "Crepúsculo de los ídolos o cómo filosofar a martillazos" y "La voluntad de poder" (1906). Es en esta etapa donde se reafirma en su crítica a la moral cristiano-burguesa, en su ateísmo, y donde perfila los conceptos de "superhombre", "voluntad de poder" y "eterno retorno". La dificultad de interpretación del pensamiento "nietzscheano", provocada a partes iguales por la ambigüedad de sus expresiones y la manipulación de sus escritos publicados tras su muerte a cargo de su hermana, ha generado diversas apropiaciones de la figura y pensamiento del filósofo alemán. Así ha ocurrido con el nazismo, que se apropió de un concepto de "superhombre" simplificado y tergiversado, cercano a sus propios intereses. Por su parte, el marxismo realizó su propia interpretación, entendiendo al "superhombre" como la culminación de la dialéctica histórica representada por la lucha de clases. Con mayor profundidad y capacidad de aproximación, los trabajos de otro filósofo, Martín Heidegger, permiten conocer y comprender el pensamiento de Nietzsche en su globalidad y contexto.

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